Cuando todo se desvanecía y no quedaba nada, cuando la locura irrumpía en mí mente para asentarse, en el momento en el que todo se acababa ahí estaba ella. Me arropaba y me envolvía en una suave manta de sintonías, melodías y letras. Mecía mi cama en las noches en vela, en la penumbra, en la soledad de mi triste habitación. El instante en el que caía una lágrima, llegaba para hacerme compañía y enjugarme las gotas saladas que emanaban de mis ojos. Su poder hipnótico se apoderaba de mi ser y me obligaba a tranquilizarme y en los arrebatos de furia tenía el poder de adormilarme.
Y es que mi fiel compañera no sólo en los días de penas a mi se acercaba, hubo otros momentos, ocasiones donde la tristeza no tenía cabida, instantes de amor donde ella aparecía con un halo de suavidad en la melodía, ocasiones donde las caricias predominaban y seguían el ritmo que ella marcaba, unas veces al son de violines otras, en cambio, más salvajes quedaban destacadas por el repicar de los tambores, los arranques de pasión sin duda solían venir acompañados de indominables melodías que hacían que el corazón se acelerase a la par que el desenfreno aumentaba.
Pues de ella muchas cosas pueden decirse, y muchos son los momentos en los que estuvo ahí. Jamás podemos decir que nos abandona, en lo más inesperado nos sorprende adaptándose a cada situación. Amiga dulce, amarga, evocadora, sensual, melancólica, incierta, desesperada, calmante, siniestra, alegre.